Los grandes medios mundiales no desean profundizar en los matices de la realidad rusa, lo que les lleva a quedarse en las anécdotas. Esa actitud está relacionada no con las ideas preconcebidas sino con una elemental pereza intelectual.
Los hechos del pasado diciembre trajeron, como era de esperar, un nuevo embate esporádicos de intentos de la prensa extranjera de entender lo sucedido en Rusia. Para muchos de mis colegas rusos, como para mí mismo, ese interés se convirtió en la necesidad de responder a las preguntas de los periodistas extranjeros casi cada día e incluso unas cuantas veces al día, de dar entrevistas, etc. Durante unos cuantos días me interrogaron casi todos los medios de información francófonos, desde los canadienses hasta los belgas, que, para mi creciente sorpresa, prestaban interes a cuestiones de carácter secundario, sin ni siquiera intentar entrar en lo esencial de la aparición de una actividad sin precedentes en la sociedad civil rusa.
Esto fue particularmente evidente tras el mitin en la avenida Sajarov, cuando mis contertulios se interesaron exclusivamente en Alexei Navalni como figura política y en las consecuencias del desmarque de Gorbachov, que propuso a Putin retirarse voluntariamente.
Yo les respondía invariablemente que las ovaciones de la avenida Sajarov y el apasionamiento del señor Navalni no le transformaban en un líder reconocido de la oposición rusa. Además intenté explicarles que en Rusia, cuya mayoría de la población sigue adorando a Putin, no hace falta una llamada al asalto del Kremlin, incluso infecto de “ladrones y timadores”, sino un trabajo consciente, meticuloso y paciente de creación de un programa opositor que no sea de eslóganes, que refleje los intereses de una capa determinada de la sociedad. Y es precisamente por eso que, con todo mi infinito respeto hacia Mijail Sergueevich Gorbachov considero que su llamamiento a la retirada de Putin no es mas que un brindis al sol.
Yo les resaltaba a mis colegas extranjeros la figura de Alexei Kudrin y su propuesta de programa de actuación que en la situación actual propone un desarrollo de la sociendad civil en Rusia. Subrayaba además que tanto el señor Navalni como el señor Kudrin, sin embargo, no son líderes sino solo síntomas de los procesos que están apareciendo en la sociedad rusa. Pero estos intentos chocaban invariablemente con una intolerancia irritada (¡concretamente eso!) de mis interlocutores, que volvían obstinadamente a su tema, sin querer entretenerse en un análisis más profundo de la situación. Además, cuando, acabada la entrevista, yo intentaba explicar con más detalle el fondo de mi posición, los colegas extranjeros no prestaban la mínima atención a mis argumentos, considerando totalmente de más el juicio de los hechos que desde su punto de vista eran sobrantes, sin efecto.
Esta falta militante de curiosidad llevó en los últimos días a muchas sólidas editoriales mundiales a conclusiones cuyo carácter anecdótico queda profundizado por su carácter inapelable.
Basta con un ejemplo del prestigioso semanario estadounidense Business Week, que decidió que el único que podía ser el lider claro de la oposición era el excampeó del mundo de ajedrez Garri Karparov. Porque, al parecer, “Kasparov es el único representante del movimiento opositor que tiene reconocimiento internacional”. Otro medio estadounidense, el Chicago Tribune, decidió que Vladimir Putin tenía un conocimiento muy profundo del tratado de Sun Tzu, “El arte de la guerra”, lo que, en opinión del periódico, prueba el heche de que nuestro “líder nacional”, en completo acuerdo con lo que recomienda el pensador chino “usa contra sus oponentes su propia desoganización”. Podemos pensar que a Putin nunca se le habría ocurrido sin Sun Tzu, viendo las broncas sin sentido entre sus oponentes.
Esta, si se puede llamar así, ignorancia voluntaria, es propia no solo de los medios de comunicación mundiales sino también, y sin excepción, de todas las cancillerías políticas. La falta de deseo de profundizar en los matices de estas o aquellas realidades deja inevitablemente en mal lugar tanto a los países occidentales en lo referente a Libia como a Rusia en lo referente a Osetia del Sur y Transdnistria.
En lo que se refiere concretamente a la inadecuada percepción de Rusia por occidente, arriesgándome a llamar a escándalo a los partidarios de la teoría del “complot eterno mundial” contra nuestro país, diré que tal percepción es el resultado de una elemental pereza intelectual, y no de ideas preconcebidas malintencionadas. En esto, por cierto, tiene una parte involuntaria de responsabilidad la propia Rusia, que durantesetenta años ha permanedico impermeable al mundo exterior, privando de la posibilidad de un conocimiento completo sus procesos sociales reales, y no de los inventados en el departamento ideológico del Comité Central del PCUS.
Recordemos que, hasta la revolución, los sectores intelectuales y políticos de, digamos, Francia, tenían una idea adecuada y completa de Rusia gracias al marqués de Custine y a Alejandro Dumas padre. El periodismo francés no abandonaba la literatura analítica: en mayo de 1917 un anónimo corresponsal peterburgués del periódico Le Temps (predecesor del actual Le Monde) se apoyaba en hechos concretos y numerosos de la situación rusa de entonces para prever la llegada al poder de maximalistas (bolcheviques) ya en aquel mismo año.
Durante decenios de existencia del régimen totalitario, occidente se vió obligado a valorar la situación de la sociedad rusa por la colocación de los vejestorios del Kremlin en la tribuna del mausoleo, o por las apasionadas valoraciones de los disidentes soviéticos, y por eso desapareció la cultura y metodología de estudio de Rusia. Precisamente por eso la caída de la Unión Soviética fue entendida de una forma equivocada y en cierta manera ingenua en las capitales occidentales como resultado de una aspiración general e irrevocable de las masas soviéticas a los valores de la democracia clásica. Sin embargo este error fundamental no enseñó nada a los observadores occidentales.
A pesar de la actual apertura de la sociedad sura, occidente sigue viendo a Rusia a través del prisma de los clichés, benévolos, negativos, neutrales, pero siempre clichés, sin tomarse el esfuerzo de alejarse de lo habitual, que no exige profundos esfuerzos epistemológicos: caviar negro, Dostoievski, balalaika, la misteriosa alma rusa, vodka, disidentes, el demoníaco KGB, oligarcas, matrioshkas y marineros revolucionarios. Esta pereza intelectual, decorada con el concienzudamente oculto sentimiento de superioridad propia sobre el “país de señores y siervos” ya impidió a occidente ver el trasfondo real de la caída de la URSS, lo que condujo a una extemporánea decepción por los sucesos consiguientes. Hoy estos ignorantes pragmáticos completan su error convenciéndose a sí mismos de que los procesos de globalización tarde o temprano llevarán a la humanidad a un común denominador democrático.
En verdad, hay que vivir en un mundo irreal para creer seriamente que Garri Kasparov goza realmente de un “reconocimiento internacional” como líder de la oposición rusa y además ignorar completamente el hecho indiscutible de que a la mayoría de los rusos, tengan razón o no, les es totalmente indiferente el nivel de popularidad de sus líderes políticos “en los círculos internacionales”. En este contexto es imposible entender porqué la prensa internacional prefiere no fijarse en la figura de Alexei Kudrin, que sí tiene autoridad internacional.
Si occidente, y en primer lugar Europa, quiere de verdad ver en un futuro más o menos lejano la aparición de una Rusia civilizada, deberían profundizar sus conocimientos de la realidad rusa, alejándose de los anteriores cuadros pseudopopulares y del lamento de nuestros “microliberales”.
No basta con proclamar que la “kremlinología” se ha quedado antigua como análisis de lo que sucede en Rusia. Hay que dejar la pereza y ocuparse meticulosamente en comprender todos los complicados procesos sociales rusos.
Y lo más importante, hay que entender, por fin, que sucede en Rusia, por motivos evidentes, no se puede reducir a la experiencia de la propia historia de sus países, a la cual todo el tiempo vuelven para justificar su falta de deseo de ahondar en las fuentes “exóticas” de nuestra mentalidad y nuestra evolución social.
No basta con hablar de “Europa del Atlántico a los Urales”, no basta con invertir en Rusia, no basta con aceptar como necesarios los problemas arraigados de la vida en Rusia. Hay que realizar esfuerzos serios y sistemáticos por parte de la propia Europa para entender en profundidad las particularidades rusas. No para “comprender y perdonar”, sino para reaccionar de manera adecuada y competente a los procesos civilizadores, que están apareciendo realmente en la sociedad rusa.
Esto es imprescindible no tanto para Rusia como para el propio occidente. Puesto que la alternativa a la maduración de la sociedad rusa que ha empezado por primera vez en la historia rusa puede ser un regreso instantáneo de Rusia a su habitual autoritarismo y aislamiento.
Los hechos del pasado diciembre trajeron, como era de esperar, un nuevo embate esporádicos de intentos de la prensa extranjera de entender lo sucedido en Rusia. Para muchos de mis colegas rusos, como para mí mismo, ese interés se convirtió en la necesidad de responder a las preguntas de los periodistas extranjeros casi cada día e incluso unas cuantas veces al día, de dar entrevistas, etc. Durante unos cuantos días me interrogaron casi todos los medios de información francófonos, desde los canadienses hasta los belgas, que, para mi creciente sorpresa, prestaban interes a cuestiones de carácter secundario, sin ni siquiera intentar entrar en lo esencial de la aparición de una actividad sin precedentes en la sociedad civil rusa.
Esto fue particularmente evidente tras el mitin en la avenida Sajarov, cuando mis contertulios se interesaron exclusivamente en Alexei Navalni como figura política y en las consecuencias del desmarque de Gorbachov, que propuso a Putin retirarse voluntariamente.
Yo les respondía invariablemente que las ovaciones de la avenida Sajarov y el apasionamiento del señor Navalni no le transformaban en un líder reconocido de la oposición rusa. Además intenté explicarles que en Rusia, cuya mayoría de la población sigue adorando a Putin, no hace falta una llamada al asalto del Kremlin, incluso infecto de “ladrones y timadores”, sino un trabajo consciente, meticuloso y paciente de creación de un programa opositor que no sea de eslóganes, que refleje los intereses de una capa determinada de la sociedad. Y es precisamente por eso que, con todo mi infinito respeto hacia Mijail Sergueevich Gorbachov considero que su llamamiento a la retirada de Putin no es mas que un brindis al sol.
Yo les resaltaba a mis colegas extranjeros la figura de Alexei Kudrin y su propuesta de programa de actuación que en la situación actual propone un desarrollo de la sociendad civil en Rusia. Subrayaba además que tanto el señor Navalni como el señor Kudrin, sin embargo, no son líderes sino solo síntomas de los procesos que están apareciendo en la sociedad rusa. Pero estos intentos chocaban invariablemente con una intolerancia irritada (¡concretamente eso!) de mis interlocutores, que volvían obstinadamente a su tema, sin querer entretenerse en un análisis más profundo de la situación. Además, cuando, acabada la entrevista, yo intentaba explicar con más detalle el fondo de mi posición, los colegas extranjeros no prestaban la mínima atención a mis argumentos, considerando totalmente de más el juicio de los hechos que desde su punto de vista eran sobrantes, sin efecto.
Esta falta militante de curiosidad llevó en los últimos días a muchas sólidas editoriales mundiales a conclusiones cuyo carácter anecdótico queda profundizado por su carácter inapelable.
Basta con un ejemplo del prestigioso semanario estadounidense Business Week, que decidió que el único que podía ser el lider claro de la oposición era el excampeó del mundo de ajedrez Garri Karparov. Porque, al parecer, “Kasparov es el único representante del movimiento opositor que tiene reconocimiento internacional”. Otro medio estadounidense, el Chicago Tribune, decidió que Vladimir Putin tenía un conocimiento muy profundo del tratado de Sun Tzu, “El arte de la guerra”, lo que, en opinión del periódico, prueba el heche de que nuestro “líder nacional”, en completo acuerdo con lo que recomienda el pensador chino “usa contra sus oponentes su propia desoganización”. Podemos pensar que a Putin nunca se le habría ocurrido sin Sun Tzu, viendo las broncas sin sentido entre sus oponentes.
Esta, si se puede llamar así, ignorancia voluntaria, es propia no solo de los medios de comunicación mundiales sino también, y sin excepción, de todas las cancillerías políticas. La falta de deseo de profundizar en los matices de estas o aquellas realidades deja inevitablemente en mal lugar tanto a los países occidentales en lo referente a Libia como a Rusia en lo referente a Osetia del Sur y Transdnistria.
En lo que se refiere concretamente a la inadecuada percepción de Rusia por occidente, arriesgándome a llamar a escándalo a los partidarios de la teoría del “complot eterno mundial” contra nuestro país, diré que tal percepción es el resultado de una elemental pereza intelectual, y no de ideas preconcebidas malintencionadas. En esto, por cierto, tiene una parte involuntaria de responsabilidad la propia Rusia, que durantesetenta años ha permanedico impermeable al mundo exterior, privando de la posibilidad de un conocimiento completo sus procesos sociales reales, y no de los inventados en el departamento ideológico del Comité Central del PCUS.
Recordemos que, hasta la revolución, los sectores intelectuales y políticos de, digamos, Francia, tenían una idea adecuada y completa de Rusia gracias al marqués de Custine y a Alejandro Dumas padre. El periodismo francés no abandonaba la literatura analítica: en mayo de 1917 un anónimo corresponsal peterburgués del periódico Le Temps (predecesor del actual Le Monde) se apoyaba en hechos concretos y numerosos de la situación rusa de entonces para prever la llegada al poder de maximalistas (bolcheviques) ya en aquel mismo año.
Durante decenios de existencia del régimen totalitario, occidente se vió obligado a valorar la situación de la sociedad rusa por la colocación de los vejestorios del Kremlin en la tribuna del mausoleo, o por las apasionadas valoraciones de los disidentes soviéticos, y por eso desapareció la cultura y metodología de estudio de Rusia. Precisamente por eso la caída de la Unión Soviética fue entendida de una forma equivocada y en cierta manera ingenua en las capitales occidentales como resultado de una aspiración general e irrevocable de las masas soviéticas a los valores de la democracia clásica. Sin embargo este error fundamental no enseñó nada a los observadores occidentales.
A pesar de la actual apertura de la sociedad sura, occidente sigue viendo a Rusia a través del prisma de los clichés, benévolos, negativos, neutrales, pero siempre clichés, sin tomarse el esfuerzo de alejarse de lo habitual, que no exige profundos esfuerzos epistemológicos: caviar negro, Dostoievski, balalaika, la misteriosa alma rusa, vodka, disidentes, el demoníaco KGB, oligarcas, matrioshkas y marineros revolucionarios. Esta pereza intelectual, decorada con el concienzudamente oculto sentimiento de superioridad propia sobre el “país de señores y siervos” ya impidió a occidente ver el trasfondo real de la caída de la URSS, lo que condujo a una extemporánea decepción por los sucesos consiguientes. Hoy estos ignorantes pragmáticos completan su error convenciéndose a sí mismos de que los procesos de globalización tarde o temprano llevarán a la humanidad a un común denominador democrático.
En verdad, hay que vivir en un mundo irreal para creer seriamente que Garri Kasparov goza realmente de un “reconocimiento internacional” como líder de la oposición rusa y además ignorar completamente el hecho indiscutible de que a la mayoría de los rusos, tengan razón o no, les es totalmente indiferente el nivel de popularidad de sus líderes políticos “en los círculos internacionales”. En este contexto es imposible entender porqué la prensa internacional prefiere no fijarse en la figura de Alexei Kudrin, que sí tiene autoridad internacional.
Si occidente, y en primer lugar Europa, quiere de verdad ver en un futuro más o menos lejano la aparición de una Rusia civilizada, deberían profundizar sus conocimientos de la realidad rusa, alejándose de los anteriores cuadros pseudopopulares y del lamento de nuestros “microliberales”.
No basta con proclamar que la “kremlinología” se ha quedado antigua como análisis de lo que sucede en Rusia. Hay que dejar la pereza y ocuparse meticulosamente en comprender todos los complicados procesos sociales rusos.
Y lo más importante, hay que entender, por fin, que sucede en Rusia, por motivos evidentes, no se puede reducir a la experiencia de la propia historia de sus países, a la cual todo el tiempo vuelven para justificar su falta de deseo de ahondar en las fuentes “exóticas” de nuestra mentalidad y nuestra evolución social.
No basta con hablar de “Europa del Atlántico a los Urales”, no basta con invertir en Rusia, no basta con aceptar como necesarios los problemas arraigados de la vida en Rusia. Hay que realizar esfuerzos serios y sistemáticos por parte de la propia Europa para entender en profundidad las particularidades rusas. No para “comprender y perdonar”, sino para reaccionar de manera adecuada y competente a los procesos civilizadores, que están apareciendo realmente en la sociedad rusa.
Esto es imprescindible no tanto para Rusia como para el propio occidente. Puesto que la alternativa a la maduración de la sociedad rusa que ha empezado por primera vez en la historia rusa puede ser un regreso instantáneo de Rusia a su habitual autoritarismo y aislamiento.
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