El último editorial de The Economist (diciembre 16-22) afirma que “El habitual abuso de Rusia de su músculo energético es malo para sus ciudadanos, para sus vecinos y para el mundo”. Es encomiable que el Economist se de cuenta del uso por parte de Rusia de la energía como arma política, pero se podría esperar una base económica para seguir este fenómeno.
Es sabido que Rusia intenta asegurarse un buen lugar en el mundo global. Es menos conocido, pero comprensible por las estadísticas comerciales, que Rusia se ve a sí misma como perteneciente a dos grupos internacionales: las antiguas repúblicas soviéticas (con exclusión de los países bálticos y las repúblicas transcaucásicas) y la Unión Europea. Sin embargo, debido varias rezones, la mayoría de las cuales son políticas, Rusia experimenta problemas para mejorar su estatus en ambas áreas. Son los problemas de profundización en la cooperación con sus socios comerciales los que mueven a Rusia a utilizar el “arma energética”. Para verlo, echemos un vistazo a los datos:
En 2005 el comercio de la UE-25 con Rusia alcanzó los 117000 millones de dólares en importaciones y 69500 millones de dólares en exportaciones. Los datos que ofrece Rusia son de 108800 de exportaciones y 43300 de importaciones. La diferencia, aparentemente, se debe al contrabando. A juzgar por la importancia del comercio entre ambas partes, no se puede dejar de observar que la relación es altamente asimétrica. Mientras el comercio con Rusia constituye el 8 y el 5% del volumen total de importaciones y exportaciones de la UE, para Rusia el comercio con la UE alcanza el 45 y el 44% respectivamente. Por tanto es lógico deducir que si los dos vecinos no lograran un acuerdo, sería el vecino oriental el que más sufriría.
Esta observación sustenta la mayor parte de la relación política directa europea con Rusia. ¿Pero es efectiva? El hecho es que el tipo de productos comerciales está muy concentrado en el lado ruso, y muy diversificado en el otro. Si tenemos en cuenta que la porción rusa en los abastecimientos de energía europeos en 2005 fue de 89900 millones de dólares, representaba el 27% del total de la energía importada por la UE. Por tanto el resultado de la negociación será menos desventajoso para la parte débil (Rusia) si juega su última carta en la energía para equilibrar el dominio de la UE en prácticamente todo lo demás.
La situación es algo diferente en el comercio energético en el espacio post-soviético. Dos de las antiguas repúblicas, Ucrania y Bielorrusia, chantajean a Rusia con la amenaza de interrumpir sus exportaciones a su principal mercado energético (la UE) si Rusia no paga. El pago tomaría forma de un gas a bajo precio para los consumidores ucranianos y bielorrusos y un permiso para que las plantas de procesamiento de Bielorrusia exporten los productos obtenidos con el crudo importado desde Rusia libre de impuestos. Esto último es muy caro para Rusia. Utilizando el acuerdo de un “estado común”, Minsk presiona a Moscú para transferis 3500 millones de dólares a los depósitos bielorrusos en forma de derechos de exportación gratuitos. En esta situación, el deseo de Rusia de parar el chantaje en el campo de la energía es racional y lógico. En justicia, hay que decir que Rusia usa la misma táctica para presionar a los productores de Asia Central para rebajar el precio de su gas. Ahora, la lógica de una mayor competición con compradores extranjeros ha llevado a Gazprom a ofrecer un precio más competitivo. El crecimiento del gas kazajo, turkmeno y uzbeco ha hecho que el juego estratégico para "mantenerse" haya dejado de ser óptimo, por lo que podemos esperar una confrontación energética dentro de la CEI pronto.
The Economist debería poner más atención a la lógica económica y menos a los juicios politicos si quiere ser fiel a su nombre y mantener su reputación alta.
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