Artículo de Piotr Romanov, de Ria Novosti, 3-10-2005.
No me refiero a la demografía, aunque teniendo en cuenta la extensión de Rusia, su población haya sido siempre insuficiente. Me refiero a la constante falta de gente inteligente y preparada en todas las estructuras del estado, sobre todo en los periodos de reformas importantes.
Para un líder ruso, decidido a transformar el país, el encontrar la suficiente cantidad de ayudantes siempre ha resultado un problema muy complicado.
Incluso a Pedro el Grande, que tenía el don de encontrar el talento, y que dejó tras de sí no pocos continuadores, siempre le faltaron las personas inteligentes, enérgicas, cultas y honradas. Es significativo el hecho de que tuviera que apoyarse hasta el final de sus días en el inculto Menshikov, conocido por su dilapidación de los fondos públicos. Las cualidades organizativas de Menshikov, antiguo mozo de cuadras y vendedor callejero de pasteles, ocultaban estos defectos, a los cuales tuvo que resignarse Pedro. El bastón del zar visitó muchas veces la espalda de este "constructor de la reforma de Pedro", pero el zar no se decidió nunca a expulsar a este cleptómano crónico. Así que las reformas y el robo al estado van de la mano desde hace mucho tiempo.
Esta falta de cuadros explica la amplia presencia de especialistas extranjeros en Rusia prácticamente con todos los regímenes. Desde los tiempos "byronianos" de Anna Ioannovna hasta los "nacional-patrióticos" de Elizabeta Petrovna. Catalina la Grande prefería tener en su círculo más cercano a rusos, pero un poco más lejos siempre había extranjeros.
Alejandro I, que soñaba en su juventud con dar al país una constitución, trabajó con otras tres personas en su primera versión. La segunda versión la escribió con un solo colaborador: Mijail Speranski. Una vez acabado el trabajo, el zar dio carpetazo al tema y no continuó con él. Antes de la guerra con Napoleón en 1812, el zar tuvo que nombrar ministro de finanzas al más válido hombre de su círculo, ya que todos rechazaron esta cartera al verse incapaces de llenar el agujereado presupuesto estatal ruso y equipar al ejército para la guerra con Napoleón. Y esto lo hizo con éxito Speranski. Sin embargo la gente inteligente aburre rápidamente a la gente normal. Por eso, en cuanto Speranski arregló el desbarajuste económico, fue enviado al exilio como "agente francés". Una vez encerrado Napoleón, Speranski volvió, para convertirse en el mejor gobernante que ha habido en Rusia.
Rusia tuvo suerte con Speranski, como con Lomonosov. Su padre, cura rural, no tenía ni siquiera apellido. Los historiadores que investigan en la biografía de este gran político ruso, el conde Speranski, descubrieron que recibió el apellido en el seminario cuando tenía once años. Como Lomonosov. Speranski llegó a lo más alto por sí mismo, a pesar del sistema. Con el nuevo emperador, Nicolás I, Speranski puso orden de nuevo en el caótico sistema legal ruso, es decir, preparó las bases para la ulterior reforma judicial liberal. Para su consejo de ministros Speranski nombró incluso decembristas. Oradores fogosos los había a montones, gente de valía no.
También el zar Alejandro II, libertador de los siervos, se vio obligado a desarrollar las reformas en solitario. Se podían contar con los dedos de la mano las personas de su círculo que eran partidarios de la liberación de los siervos. En la familia imperial tan solo su hermano el gran príncipe Konstantin, la imperatriz y la tía del emperador, la gran princesa Elena Pavlovna. En el gobierno, el director del departamento económico Nikolai Minyutin y el ministro de asuntos exteriores, Lanskoi. Y nadie más.
Durante el reinado del débil Nicolás II el gobierno del imperio fue llevado en un trabajo solitario de titanes por Serguei Witte, y después de una forma similar por Pyotr Stolypin. El resto de la gente del zar eran, en comparación con ellos, unos pigmeos. Pero la gente inteligente no le gustaba a Nicolás II. Primero echó a Witte, y después, inmediatamente antes de su cese, mataron a Stolypin, El zar, rodeado de pigmeos, no pudo evitar la revolución.
A pesar de que, después de Pedro I los rusos ocuparon puestos clave en los sectores más importantes, la situación no varió fundamentalmente. El estado seguía teniendo una enorme falta de talento. Los licenciados de las universidades rusas se perdían por la inmensidad del país. Por cierto, junto con ellos se perdieron también muchísimos especialistas de otros países extranjeros. Cierto que este problema tiene otras causas.
El poeta, periodista y hombre público Iván Aksakov escribió en 1863:
"Hace falta inteligencia. ¿Y de dónde sacarla?¿Alquilarla? Ya estamos viviendo del talento ajeno, y la ligereza con la que hemos tomado este préstamo es uno de los motivos de nuestra pobreza de espíritu. Hemos vivido mucho tiempo del talento ajeno y pagamos un gran precio por ello: nuestro honor, nuestra independencia espiritual y moral... Por su puesto en Rusia hay gente de talento, pero su cantidad es ínfima en comparación con las necesidades del país".
Al intentar comprender esta falta de gente a pesar del indudable talento del pueblo ruso, Aksakov llegó a la conclusión de que se debe a la artificialidad y la falta de unión con el pueblo de la cultura entre el pueblo ruso, a su alejamiento de las raíces nacionales. Si en occidente, opina, la sociedad se ha construido de tal manera que eleva el espíritu y la inteligencia, y por tanto la élite es más inteligente que el pueblo llano, en Rusia el pueblo es más inteligente que la élite dirigente, ya que esta no está lo suficientemente impregnada del talento y la fuerza vital del pueblo. Al contrario, según la inteligencia asciende , "la fuerza creativa, - escribe Aksakov, - al desarrollarse se debilita y empobrece". Siguiendo con este pensamiento, podemos decir que Rusia ha esperado durante demasiado tiempo un milagro: la aparición de nuevos Lomonosov y Speranski que sean capaces por sí mismos de llegar a lo alto, mientras que en occidente el proceso de "extracción del oro", es decir, de obtención de talentos, hace tiempo que tiene una "base productiva". La propia expresión "talento innato" conlleva en sí misma la rareza de tal "selección natural". El talento innato no es un terreno plagado de metales preciosos, y por eso fortalece la falta de gente de la que hablamos.
¿A qué viene esto? A que hoy mismo vemos que la falta de gente es uno de los más grandes problemas de Rusia. Juzguen por sí mismos: los "demócratas unidos", tras interminables discusiones han colocado a la cabeza de sus listas para las elecciones municipales de Moscú, fundamentales y decisivas para ellos, a Ivan Novitski (de la Unión de Fuerzas de Derecha) y a Evguenii Bunimovich ( de Yabloko). Me permito una pregunta retórica: ¿cuántos moscovitas conocen a estas personas y están dispuestos a votar por unos desconocidos? El problema es el de siempre, la falta de gente. Y por cierto, lo mismo se puede decir de cualquier otro partido político de la Rusia actual. No han aparecido nuevos líderes a nivel nacional ni en "Rusia Unida", aunque estos tengan todo el terreno del mundo para buscar y preparar nuevos cuadros. El mismo reproche se puede hacer al gobierno, a los medios de comunicación, a los politólogos, defensores de los derechos humanos, etc. Por todas partes las mismas caras que ya aburren (en la derecha, la izquierda, el centro y por arriba), las mismas palabras e ideas de ayer, el mismo bajo nivel intelectual. Y como resultado, una casi nula influencia en el pueblo. El país lo mantiene Putin con su indestructible popularidad. Y Rusia continúa así. ¿Con quién? ¿A quién votar mañana y pasado mañana?