Artículo de Vlad Sobell publicado en Johnson Russian List.
El conflicto tiene poco que ver con el neo imperialismo de Rusia y mucho con la reticencia de occidente a pagar la factura de la descolonización soviética
By Vlad Sobell (vlad.sobell@dir.co.uk)
Las “democracias genuinas” creadas en la antigua Unión Soviética por las llamadas “revoluciones de colores” están fallando en dar estabilidad política y prosperidad económica. Tampoco están consiguiendo reducir su dependencia del gas ruso subvencionado, por tanto están fallando en dar una independencia real.
Las demandas de Ucrania para continuar con el abastecimiento de gas ruso y de la CEI barato significan que Kiev está promoviendo la conservación de las estructuras económicas soviéticas. Esto es implícitamente una promoción de la “resovietización”, una acusación normalmente dirigida a Moscú.
Estos hechos han sido totalmente pasados por alto por los guerreros de la nueva guerra fría, que continúan acusando a Rusia de dirigirse al autoritarismo y a las políticas neoimperialistas en la CEI.
Mientras tanto occidente quiere preservar la situación actual, en la que la transición de Ucrania hacia la independencia es financiada por Rusia, ofreciendo a Kiev un rápido ingreso en la OTAN, como símbolo vacío de sentido.
Es poco probable que Moscú caiga en esta trampa indecorosa, con más tensiones apareciendo en el horizonte.
Las poco efectivas democracias de colores
Mientras que las antiguas repúblicas soviéticas de Ucrania y Georgia (y en cierta manera Kirguizistán y Moldavia) son vistas como si estuvieran avanzando hacia una “genuina democracia”, principalmente por su orientación geopolítica prooccidental, es llamativo que esos supuestos líderes democráticos de la CEI sean crónicamente inestables, y sus gobiernos poco efectivos. Incluso a los observadores bien predispuestos les costaría negar que la actuación de los nuevos regímenes para realizar reformas estructurales y conseguir estabilidad política es decepcionante. Un cínico diría que ellos, y sus partidarios occidentales solo tienen atributos externos “de colores”, pero ninguna diferencia por dentro.
Las extensas maniobras postelectorales en Ucrania, donde no podrá haber un nuevo gobierno hasta finales de junio, es el más reciente, y tal vez el más expresivo ejemplo de esta enfermedad. No es una coincidencia que en procesos post-autoritarios similares, o en el más espectacular de Irak, haya un plazo tan largo entre el colapso del antiguo régimen y la creación de una democracia que funcione. (en el último caso, por supuesto, la democracia sólo se materializará tras una ayuda económica masiva, probablemente indefinida, de los Estados Unidos, acompañada de presencia militar).
No es un mero ejercicio académico, sino un problema desalentador de la transición tras un régimen autoritario, aparecen algunas cuestiones prácticas y morales problemáticas. Por ejemplo, cuál es el sentido de instituir una “democracia genuina” si tal democracia no puede dar estabilidad política y prosperidad económica. Se puede incluso preguntar si tal estado de cosas se puede denominar democracia, si es tan débil e inefectiva que no puede implementar reformas estructurales sin las cuales no se puede sostener a sí misma.
Los casos de las antiguas repúblicas soviéticas de Ucrania y Georgia elevan aún más la cuestión de qué clase de “independencia” están construyendo los nuevos regímenes, cuando están construyendo sus países sobre la dependencia del gas barato, y por tanto siendo subvencionados implícitamente por el “imperio”. Esta dependencia, por supuesto, tiene profundas raíces históricas y estructurales y solo puede desaparecer a medio plazo. Pero no hay motivo por el que una “genuina democracia” responsable, realmente efectiva y por tanto soberana, no puede negociar rápidamente y por su propia iniciativa un camino a medio plazo hacia precios del gas europeos, acompañados de un programa de imprescindibles reformas estructurales.
El régimen naranja de Ucrania intentó en 2005 tal movimiento, Pero fracasó cuando se encontró con todas las ramificaciones de la brusca subida de los precios del gas de la CEI. Kiev ha fracasado en acompañar su vía política hacia la independencia con el correspondiente programa de reformas estructurales.
Parece por tanto que en vez de perseguir una auténtica independencia mediante las reforma en el menor plazo posible, las clases políticas de las antiguas repúblicas soviéticas concentran sus esfuerzos en símbolos de independencia nominales y sin sentido práctico, como el ingreso en la OTAN, o en estériles y dañosas batallas contra Rusia para demostrar las intenciones “neo imperialistas” de Rusia.
Desafortunadamente, esta estrategia, que es apoyada por motivos totalmente oportunistas por occidente, sólo produce la degradación, y no el reforzamiento, de la democracia en las antiguas repúblicas soviéticas. Si la democracia se entiende como un camino con destino a una sociedad estable, liberal, próspera y basada en la ley, y no como una construcción abstracta y teórica, entonces la mayoría de los estándares objetivos de los “regímenes de colores” están fracasando en el test de la vida real.
Por otro lado, un régimen autoritario blando, como el de Lukashenko en Bielorrusia, parece estar respondiendo bastante bien a este test, ha evitado los traumas de la transición post soviética, la inestabilidad ( y falta de equidad) de la “democracia oligárquica” y dando un mayor nivel de seguridad social como medida de prosperidad.
Es cierto que el “milagro económico” bielorruso es claramente el resultado de la gran dependencia de Bielorrusia del comercio con la pujante economía rusa ( al igual que lo eran los resultados de la economía ucraniana antes de 2005). ¿Pero por qué se debería ver esto, y la consecuente orientación pro rusa como una “debilidad” y traición a la población? Y a la inversa, ¿Por qué la estrategia post revolucionaria de Kiev de “morder la mano que le da de comer” debe ser vista como sabia y democrática y ser aplaudida por occidente?
En este contexto, es concebible que el régimen de Lukashenko pueda ser visto como una alternativa preferible como camino alternativo hacia la prosperidad y eventualmente hacia una democracia madura, especialmente cuando asumimos que un día Bielorrusia evolucionará hacia una democracia madura, haga lo que haga Lukashenko en la actualidad. La prueba más fiable, aunque imposible de llevar a cabo, sería el considerar cuántos ucranianos “totalmente libres” desearían la relativa seguridad y prosperidad económica proporcionada por el “último dictador de Europa” en la vecina Bielorrusia.
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