¿Una nueva guerra fría?
Estos hechos están en la raíz de lo que es visto cada vez más como una nueva Guerra Fría entre Rusia y los USA (con una cierta extensión hacia otros países occidentales). Washington alega que países como Ucrania y Georgia has logrado lo que llaman una “democracia genuina” y que sus “regímenes de colores” deben ser apoyados, incluso si su apuesta por la independencia real hace fracasar la reforma de su economía.
El kremlin, por su parte, cree que la democracia es un concepto vacío y sin sentido si no va acompañado de un gobierno efectivo, estabilidad política y prosperidad económica. En base a esto ha abandonado su propia “democracia genuina” de los años 90 y está construyendo ahora una “democracia soberana” que pone énfasis en la independencia, responsabilidad y regeneración económica.
Este pragmatismo y el paso hacia una economía de mercado fuerte es también la razón por la cual Rusia está demandando progresivamente el fin del subsidio a las antiguas repúblicas soviéticas, no solo a las “hostiles” como Ucrania sino también a los “amigos" geopolíticos como Bielorrusia. La “democracia soberana” del kremlin se dirige por tanto a la desovietización de la antigua URSS y no hacia una restauración soviética, mientras la "democracia real" de las revoluciones de colores parece estar promocionando una continuidad de las estructuras económicas soviéticas.
Las emociones de la nueva guerra fría se han intensificado según se acerca la cumbre del G8 de julio en San Petersburgo, con amenazas a Rusia de aguarle la fiesta al Kremlin. Los adversarios europeos y americanos de Rusia quieren asegurarse de que la cumbre no se convertirá en una legitimación del “camino autoritario" de Putin hacia una expansión “neoimperialista". La manifestación más hostil ha sido la del vicepresidente Dick Cheney en la cumbre de las “nuevas democracias" en Vilnius el 4 de mayo. Cheney criticó duramente lo que él ve como autoritarismo interno de Rusia y amenazas neoimperialistas a sus vecinos ex soviéticos. Sus apreciaciones han sido ampliamente interpretadas como el paso de las tensiones entre Washington y Moscú a un nuevo nivel post-soviético.
Ucrania es el principal campo de batalla
Como Ucrania es la mayor de las antiguas repúblicas soviéticas, y ha estado íntimamente ligada a Rusia, cultural, étnica y económicamente, se ha convertido en el principal campo de batalla en la nueva guerra fría. Con movimiento hacia una “democracia genuina” pro occidental, la llegada de
Paradójicamente, sin embargo, Ucrania también presenta la manifestación más espectacular de las bases tambaleantes y del fracaso de la “democracia genuina", así como la bancarrota de su “camino hacia la independencia”. Es problemático que ni Kiev ni occidente parezcan preocuparse de las ramificaciones de este fracaso, o más bien sí están preocupados, pero se niegan a aceptar pagar la factura de la independencia ucraniana, prefiriendo que lo haga la “neo imperialista” Rusia.
Sea cual sea la retórica de Washington, Kiev o de quien sea, está claro que Ucrania se mueve hacia ninguna parte, y que es poco probable que lo haga en el próximo futuro. No sólo el comercio externo de Ucrania es principalmente con Rusia, sus exportaciones son competitivas y gran parte de su producción con destino interno se mantiene tan solo porque recibe gas barato (en comparación con el de
¿Está Ucrania siendo engañada por occidente?
La aparentemente inevitable parálisis política en Ucrania suele ser atribuida a las diferencias regionales y étnicas entre zonas del país, así como a la falta de tradición como estado independiente y soberano. Además Ucrania está sufriendo de la debilidad asociada a la mayoría de los antiguos países comunistas por la ausencia de partidos políticos fuertes con una ideología clara y por el consecuente predominio de las oligarquías políticas. (Estos sistemas no pueden tener una base de partidos políticos genuinos, pues la política está dominada por la lucha entre clanes oligárquicos para conseguir los beneficios económicos, por ejemplo del gas ruso con descuento).
Desgraciadamente, sin embargo, occidente parece estar jugando un papel poco constructivo en este indecoroso escenario. Primero porque ha fallado en ofrecer a Ucrania un cambio hacia una “democracia genuina” mediante una hoja de ruta creíble hacia el ingreso en la UE, así como un apoyo financiero para superar el impacto de los precios del gas. También ha fracasado en inculcar en la clase política ucraniana la necesidad de reformas estructurales como único camino hacia una independencia real. Y finalmente ha colocado a Kiev en la persecución de objetivos políticos irrelevantes como el ingreso en la OTAN, que, con el actual rebrote de la nueva guerra fría parece ser ahora de la máxima prioridad. (Georgia y Moldavia no pueden actualmente ser miembros cualificados para el ingreso en la OTAN, porque tienen conflictos étnicos y territoriales sin resolver en su territorio).
Un comentarista ruso ha observado con acierto que el conflicto entre Rusia y Ucrania es realmente un conflicto entre Rusia y occidente sobre quién debe pagar la factura de la independencia ucraniana.
Moscú está convencida, y con razón, de que no es ella quien debe pagar, porque tiene otras prioridades en su programa de gastos, además de lo obvio de que uno no debe pagar a sus enemigos. Occidente, por otro lado, está claramente decidido a evitar asumir la responsabilidad, a la vez que no se opone a tomar a Ucrania en la OTAN. Una situación tan absurda no tiene precedentes en la moderna historia europea.
Es inimaginable que el pragmático y enérgico Kremlin de Putin acepte por un asunto de estas dimensiones, por lo que la consiguiente guerra fría por las consecuencias de la descolonización soviética seguirá sonando de vez en cuando.
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