10 junio 2006

Yeltsin y Gorbachov, vidas paralelas

Artículo de Piotr Romanov para RIA-Novosti.

Comenta las entrevistas que concedieron tanto Yeltsin como Gorbachov con motivo de sus 75 cumpleaños.


A decir verdad, sobre uno y otro hay que escribir entre las celebraciones de sus 75 cumpleaños:Yeltsin algo antes que Gorbachov. Y es de mal gusto estropear la celebración.

En general para juzgar a nuestros héroes hay que andar con cuidado. En primer lugar, porque el país aún no se ha acostumbrado totalmente a todo lo nuevo que engendraron Gorbachev y Yeltsin, sus cambios aún no han pasado a la historia. Aún se mueve el magma bajo los pies, y esto es una señal clara de que no nos encontramos en el campo histórico sino en el político. Hay otra señal no menos clara: la mayoría de las valoraciones están cubiertas de emociones. En algunos casos la valoración está dictada por un único motivo: si le iba o no bien la vida al comentarista en el periodo post soviético. Si le iba bien, ambos figurantes, como norma, resultan ser pilares de la democracia y el progreso, y si le iba mal, destructores de lo mejor que tenía Rusia. Convengamos en que no es el mejor criterio de valoración.

Además, es imposible librarnos de estas emociones: de otra manera, ¿cómo sabremos si nuestros compatriotas se sienten mejor o peor tras el gobierno de Gorbachov y Yeltsin?

Si pensamos en cómo se sienten ambos reformadores, a juzgar por las entrevistas, se sienten satisfechos del trabajo realizado, aunque saben que sus actuales tasas de popularidad en el país son tremendamente bajas. Mijail Gorbachov tuvo la posibilidad incluso de comprobarlo personalmente, cuando se presentó en una ocasión a las elecciones. De la misma manera opina actualmente la población sobre Boris Yeltsin. Veamos por ejemplo la página de nuestra agencia en la que se preguntaba a quien quería responder: "¿Qué significa para usted el periodo de Yeltsin?". Las respuestas no eran para alegrar. Casi el 76% relacionaban la época de Yeltsin con la corrupción generalizada y el robo del país. Y sólo el 4% con la victoria de la democracia. Cifras similares nos dan las encuestas sociológicas más serias, de donde podemos concluir que sólo una pequeña parte de la población quiere al primer presidente de Rusia, principalmente la que vive en la zona de Rublyovka y Sadovoe Koltso (zona de residencia de los millonarios).

¿Significa todo lo anterior que tanto Gorbachov como Yeltsin fracasaron como políticos? A juzgar por la reacción actual de la población, sin ninguna duda. Pero llegará una época que pondrá su propia valoración, menos emocional y personal. En cualquier caso, el 10%, al responder a esta pregunta en la encuesta sobre Yeltsin, eligió otra respuesta: "Aún no ha llegado el momento de valorarlo".

Puede ser que tengan razón. No se puede dudar de que está gente conoce tanto como los demás la extensión de la corrupción en la época de Yeltsin. Simplemente considerán que los futuros ciudadanos de Rusia con una distancia histórica recordarán no el escándalo de Shanon o el baño presidencial, del que la gente no salía muy sobria, ni los multimillonarios, sino otra cosa. Por ejemplo la constitución yeltsiniana, que habrá definido para mucho tiempo nuestro país.

En resumen, todavía es pronto para juzgar en serio. Hay otra posibilidad atractiva: hacer un esbozo de retrato político de nuestros héroes. Y esto es mejor hacerlo ahora, cuando la memoria aún no ha cambiado.

Empecemos por lo principal: ¿es Yeltsin un demócrata? Lo dudo. Su bagaje democrático es escaso: lo poco que pudieron introducir en su cerebro los miembros del grupo parlamentario interregional que atacaban a Gorbachov en la primera sesión de los diputados populares de la URSS. Allí se concentró la parte más activa y pensante de la oposición democrática.

El alumno del grupo interregional resultó ser carismático, aunque no el mejor. Así, como resultado en un lado de la balanza quedó, firmemente aceptado por Borís Yeltsin, el postulado de la libertad de prensa, y en el otro, la antigua y muy bolchevique falta de pensamiento sobre las consecuencias de los propios actos, sobre el precio de las reformas. Si Yeltsin, incluso ahora, se considera feliz, es porque aún no ha comprendido las tragedias humanas que provocó su reinado. No es casual que la mayoría de los intelectuales rusos piense que el primer presidente de Rusia no solo nunca fue un demócrata consecuente, sino que consiguió desacreditar fuertemente en la opinión pública el propio concepto de democracia.

Para ser justos hay que decir algo más. Un intelectual refinado, tipo Vaclac Havel (presidente de Checoslovaquia, y después de Chequia), por muchos motivos, nunca podría estar al mando de nuestro país. Así que Rusia se tubo que arreglar con lo que había. Y después incluso le quiso. No hay que olvidar lo que dijo Boris Yelstsin al irse del Kremlin: “perdonadme”. La pena es que se fue a la dacha sin esperar la respuesta del pueblo.

Ahora hablemos del eterno oponente de Yeltsin, Mijaíl Gorbachov. ¿Es un demócrata? Creo que sí. Un auténtico, aunque no siempre consecuente, socialdemócrata, nacido en el eurocomunismo y la primavera de Praga, lector ávido de la revista “problemas del mundo y el socialismo”, educado en las conversaciones tranquilas con los miembros del partido de ideas similares. Un demócrata de andar por casa y, por así decirlo, hecho a sí mismo, llegado al mundo como resultado de muchas dudas, nuevas valoraciones de sus anteriores ideas, es decir, como resultado de un constante trabajo sobre sí mismo.

La victoria de Yeltsin sobre el comunismo, de la que tanto se habló con motivo de su cumpleaños es el típico mito de nueva creación extendido por el propio Boris Nikolaevich. No fue un dirigente provincial del partido sino el secretario general Mijail Gorbachov quien echó abajo el sistema soviético y despertó al pueblo con ayuda de la glasnost. No fue Yeltsin sino Gorbachov quien destruyó el PCUS. La estructura del partido simplemente se desmoronó a los pies del presidente de Rusia, porque la médula sobre la que se basaba todo en la URSS, literalmente todo, fue sacudido y destruido por Gorbachov. Para eso, por cierto, hacía falta más inteligencia y valor que para ordenar disparar contra el parlamento.

Las culpas de Gorbachov son de un tipo totalmente diferente. El secretario general fue capaz, aunque con gran dificultad, de poner en marcha la locomotora de la perestroika. Y después, cuando el “proceso continuó” confundió los pedales del freno y el acelerador. La estación a la que se dirigía Gorbachov, el “socialismo con rostro humano” fue dejada atrás por la locomotora, incluso sin darse cuenta de dónde estaba el apeadero. En el momento decisivo no tuvo la intuición, que por cierto tenía abundantemente Yeltsin, ni la habilidad para trabajar directamente con el pueblo. Gorbachov, un genio de la lucha en el aparato del partido, cuando se encontró a solas con su pueblo, se echó atrás. No tuvo suficientes argumentos para convencer a los inteligentes. Y el populismo de Yeltsin convenció a los cándidos. ¿Recuerdan la lucha de Yeltsin contra los privilegios? Gorbachov sintió asco por tal hipocresía, y prefirió torpemente luchar con el alcoholismo y perdió los restos de su autoridad.

Finalmente al padre de la perestroika le entró miedo por la velocidad tomada y por no ver hacia dónde se dirigía el país, conducido ya no por un cerebro sino por millones de manos. Se puede comparar lo sucedido entonces con una ola enorme, que arrastró al confundido Gorbachov. Aún se mantuvo durante algún tiempo, como un avezado surfinguista con sus últimas fuerzas, pero la caída era inevitable, la ola era mucho más fuerte que él.

Como resultado de la pérdida de la dirección, la locomotora se pasó las estaciones “Socialismo con rostro humano”, “Democracia” y “Libertad”. Hasta que no la paró, ya bajo la dirección de Yeltsin, en lo que se llama desde los tiempos inmemoriales de Razin y Pugachov, el “libertinaje". Por cierto, los nuevos tiempos hacen nacer nuevas palabras. Así, en la época de Yeltsin apareció el concepto “bezpredel” (ausencia de límites).

¿Es culpable de esto Gorbachov? Sí, porque no supo controlar las fuerzas que él mismo había despertado. ¿Es culpable de esto Yeltsin? Sí, porque nunca distinguió “libertad” de “libertinaje”. Además, durante el periodo de su reinado Boris Nikolaevich disfrutó del libertinaje en toda la amplitud del alma rusa.

Lo sucedido después en el país, es una vuelta atrás al camino de los raíles democráticos, del que se había salido la locomotora de Yeltsin y Gorbachov y un posterior movimiento hacia delante con una velocidad cada vez mayor.

Es el mismo objetivo teórico que se plantearon Gorbachov y Yeltin: hacia una democracia desarrollada, una economía efectiva, una sociedad estable y socialmente justa, pero ya con otro maquinista. A diferencia de sus predecesores, el actual conoce el trayecto en la teoría y en la práctica, no confunde el freno con el acelerador, sin hablar ya de la mirada sobria con la que mira al mundo.

Así que hasta 2008 estamos tranquilos.

Después, ya veremos.

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