Moscú, 29 de diciembre. Por Alexey Makarkin, subdirector general del Centro de Ingeniería Política, para RIA Novosti.
El problema de gas ocupa uno de los lugares centrales en las relaciones entre los Estados del espacio postsoviético.
Entre los consumidores del gas ruso figuran, en particular, Ucrania, Georgia y Moldavia, países que forman parte de la Comunidad de la Opción Democrática (COD), que es una estructura geopolítica en oposición a Rusia.
Hasta 2005 Rusia se atenía a la línea de conservar privilegios para sus socios de la CEI, sosteniendo que de este modo podría retenerlos en la órbita de su influencia. Pero desde hace mucho se hacían evidentes los resultados dudosos de tal política. Baste con recordar las numerosas maniobras políticas que estaba realizando Eduard Shevardnadze, quien difícilmente podía ser llamado amigo de Rusia (aunque ello no le impedía recibir gas ruso barato). Lo propio puede decirse también con respecto a Leonid Kuchma, que ora incluía en la doctrina militar de su país los planes de ingresar en la OTAN ora los rechazaba en las situaciones en que le parecía más conveniente acercase a Rusia por consideraciones coyunturales. Los comunistas moldavos, al comenzar su actividad en el Gobierno, promovían la iniciativa de comunicarle al idioma ruso el estatuto de oficial y recurrían ampliamente a retóricas prorrusas. Pero más tarde empezaron a apelar a Occidente, con el fin de torpedear el plan de arreglo en Transdniestria, conocido como “plan de Kozak” (precisamente en su marco se preveía oficializar el empleo de la lengua rusa en el país).
Antes Ucrania, Georgia y Moldavia estaban maniobrando entre Rusia y Occidente, pero estos últimos tiempos han definido claramente sus prioridades geopolíticas. Los Gobiernos y la mayoría de las élites de estos países tienen ánimos prooccidentales y hablan de la necesidad de desarrollar vínculos con Rusia sólo para guardar apariencias. En Georgia, la oposición parlamentaria mantiene una actitud aún más crítica con respecto a Rusia que el régimen de Mijaíl Saakashvili. En Moldavia, todos los partidos representados en el parlamento en uno u otro grado se orientan a Occidente. Entre las élites ucranias también prevalecen los ánimos prooccidentales.
En tal situación, Rusia ha optado por dejar de flirtear con los regímenes orientados a Occidente y empezar a defender sus propios intereses nacionales. En ello radican las causas de un serio recrudecimiento de la política en materia de gas que Rusia aplica con respecto a los miembros de la COD, los que, por muy extraño que ello pueda parecer, se han preparado mal a tal desarrollo de acontecimientos, confiando por lo visto en el carácter inerte de la diplomacia rusa.
La posición que Rusia mantiene con respecto a Ucrania y Georgia no se reduce a un simple aumento de los precios del gas. También la noción “intereses rusos” es mucho más complicada de lo que podría parecer a primera vista.
Los analistas acogen como algo inesperado el que GAZPROM quiera aumentar el precio del gas para Georgia de 63 a 110 dólares por mil metros cúbicos, y para Ucrania, de 50 a 230. Una diferencia tan grande no puede ser causal. El secreto consiste en que Rusia quiere alcanzar dos objetivos a la vez. Primero, renunciando a la actividad “benéfica” en el sector de gas, aumentar los ingresos de GAZPROM, una de las estructuras que hace un aporte decisivo al presupuesto nacional. Y segundo, en lo posible establecer control sobre las tuberías que pasan por territorios de estos países. En la actual situación geopolítica, tiene ventaja política aquel que controla el transporte de agentes energéticos (igualmente en el Medievo desempeñaban un papel muy importante las vías de caravana).
Rusia todavía está dispuesta a regatear con Georgia. Como es sabido, las negociaciones sobre la posibilidad de privatizar el gasoducto troncal que pasa por territorio georgiano ya se sostenían, pero no dieron resultado (se manifestaron en contra de ello una parte de los funcionarios del Gobierno de Georgia, así como representantes oficiales de EE UU). Pero existen fundamentos para suponer que no se trate de una decisión definitiva. Por lo menos Rusia da a entender que en caso de pasar a sus manos el gasoducto, el precio del gas que acaba de fijarse podría mantenerse durante un largo tiempo. Se da la impresión de que existen probabilidades de que durante la próxima ronda de conversaciones las consideraciones económicas se impongan sobre las ambiciones políticas de Tbilisi. Y si las negociaciones terminan en nada, Rusia por lo visto subirá el precio del gas.
http://sp.rian.ru/analysis/20051229/42785544.html
En Ucrania la situación es algo distinta. El acuerdo sobre la dirección conjunta del sistema ucranio de transportación de gas fue logrado ya en 2002, aquel mismo año se anunció que con este fin se instituiría un consorcio ruso-ucranio (más tarde a éste tenía que unirse Alemania). Pero durante el gobierno de Kuchma el consorcio no empezó a funcionar, y en el de Yuschenko el proyecto de hecho fue torpedeado. De ahí la posición muy rígida, rayana en la de “choque”, que ahora mantiene la parte rusa, la que se ha decepcionado de la práctica habitual de sostener unas negociaciones sin acabar y está dispuesta a agravar al máximo la situación, con el fin de incitar a la parte ucrania a cambiar su actitud hacia el consorcio en cuestión.
Moscú no está vengándose de sus contrincantes geopolíticos. Obrando con el máximo pragmatismo (y de un modo bastante diferenciado), Rusia intenta desarrollar su propia expansión económica en el espacio postsoviético, utilizando para ello todas las palancas que están a su alcance.
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