04 julio 2005

El maestro y Margarita

EL corresponsal del grupo Vocento, Rafael M. Mañueco, escribe hoy un artículo sobre la novela “El maestro y Margarita”, de Mijaíl Bulgakov, y los lugares de Moscú en que esta novela transcurre.

Cuando se refiere a su autor dice:

Bulgákov era ucranio, nació en Kíev, pero, dada la época en la que vivió, su obra sólo pudo ser escrita en ruso.

¿Qué significa esto? ¿Que la lengua ucraniana estaba prohibida? ¿que no se podía hablar y escribir en ucraniano? (Por cierto, qué manía la de usar la palabra ucranio, cuando siempre se había dicho ucraniano).

Pues ni una cosa ni otra son ciertas. Este es el tipo de pequeñas mentiras que acaba hartando, porque crean un estado de opinión. Siempre hubo escuelas ucranianas, en las que se enseñaba en ucraniano, incluso durante la terrible época del gobierno del georgiano Stalin, jamás se prohibió ni se limitó el uso del ucraniano. La dictadura soviética era una dictadura política, en la que se reprimía la disidencia política, en la que no había libertad política. La falta de libertad no era una prohibición ni marginación de las culturas nacionales. En Kiev se hablaba ruso más que ucraniano (como hoy en día, por cierto) y era el lenguaje de allí, no un lenguaje impuesto, por más que los nacionalistas ucranianos inventen los mitos que quieran. Y todas estas cosas las debería saber un corresponsal de prensa, si es un corresponsal de prensa y no de propaganda, como suele ser muy a menudo el señor Rafael M. Mañueco. Supongo que otro día seguiré con él, porque casi todas sus crónicas “merecen la pena”.

Y por supuesto, recomiendo a todo el mundo leer “El maestro y Margarita”. Y ya, para enterarse de lo que Bulgakov opinaba del nacionalismo ucraniano, “La guardia blanca”.

1 comentario:

César dijo...

Lo del Sr. Mañueco es, lamentablemente, la tónica general. Lo peor, como muy bien apuntas, es que estos terroristas de la información crean opinión. Quizá les avergüence reconocer que tiempo atrás, cuando sus padres u otros parientes eran analfabetos, ya no había en la rojísima URSS ni un solo niño sin escolarizar, y que, en términos comparativos, el nivel medio de los estudiantes soviéticos era netamente superior al de sus homólogos occidentales.

La censura cultural -excepto cuando de escritores disidentes se trataba- jamás fue practicada en la Unión Soviética. Lástima, en cambio, que nuestros Editores no establezcan algún mecanismo de censura interna en defensa de sus lectores, impidiendo que cualquier plumífero ignorante llegue a firmar artículos como corresponsal en uno de los países más cultos del planeta.